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Bienvenido a Escuchar y a Dar

Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

Aquí encontrarás textos de todo tipo de sensibilidades y movimientos de la Iglesia Católica. Tampoco estamos cerrados a compartir la creencia en el Dios único Creador de forma ecuménica. Más que debatir y polemizar queremos Escuchar la voluntad de Dios y Dar a los demás, sabiendo que todos formamos un sólo cuerpo.

La evangelización debe estar centrada en impulsar a las personas a tener una experiencia real del Amor de Dios. Por eso pedimos a cualquiera que visite esta página haga propuestas de textos, testimonios, actos, webs, blogs... Mientras todo esté hecho en el respeto del Amor del Evangelio y la comunión que siempre suscita el Espíritu Santo, todo será públicado. Podéís usar los comentarios pero para aparecer como texto central enviad vuestras propuestas al correo electrónico:

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Oremos todos para que la sabiduría de Jesús Resucitado presida estas páginas y nos bendiga abundamente.

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jueves, 30 de agosto de 2007

Testimonio: Yo seré ateo, pero tú debes de estar loco / Autor: S.D. (Italia)


Un día vino a verme un amigo, C., y me confíó un gran dolor: sus padres estaban apunto de divorciarse a raíz de un desliz del padre durante un viaje de trabajo. Además del sufrimiento como consecuencia del deterioro del amor entre sus padres, le resultaba insoportable que otra persona decidiera con quién se iba a vivir él y lo separase de su único hermano, al que estaba especialmente unido.
Me vi implicado en su situación y sentí una profunda tristeza que no se me iba de la cabeza. Y como C. no era creyente, temía empeorar las cosas si le hablaba de Dios. No me entendería.

Estaba a su lado y de repente recordé una frase del comentario a la Palabra de vida de ese mes: «La Palabra de Dios vivida puede inundar,como un río crecido, las márgenes que parecen insuperables». Esta luz iluminó la oscuridad e hizo que fuera capaz de reconocer en C. el rostro de Jesús crucificado y abandonado y tuviera la fuerza de decirle: «Yo, como cristiano, le daría a Dios mi dolor y dejaría el problema en sus manos para que pueda cumplirse bien su voluntad, con la confianza de que cualquier cosa que me reserve el futuro será lo mejor para mí». Y su respuesta: «Yo seré ateo, pero tú debes de estar loco de verdad».

No me desanimé e insistí: «¡Ánimo!, merece la pena intentarlo; dile simplemente a Jesús: “Este dolor lo dejo en tus manos”. Y luego quédate tranquilo, a ver qué pasa».

Y antes de que se fuera le dije que me podía llamar en cualquier momento si necesitaba ayuda. Se fue sin haber recuperado la calma interior.

Al día siguiente recibo con gran alegría una llamada en la que me dice que, obligado por la desesperación, ha decidido darle a Dios su dolor. Lo noto más sereno. Dos días más tarde me vuelve a llamar y me dice que sus padres ya no se divorcian y que no se separa de su hermano. La madre ha sido capaz de perdonar al padre y se han reconciliado.

S. D. – Trento (Italia)

(Testimonio recogido del libro «Milagros cotidianos. Las "florecillas" de Chiara y de los Focolares», Doriana Zamboni, Ed. Ciudad Nueva, pág. 50).

Señor, líbrame de mí mismo / Autor: P. Michel Quoist


No son pocos los hombres víctimas de sí mismos. Más desgraciados de lo que cabe imaginar, están condenados a no poder amar más que su yo.
Hay que entrar en su dolor para librarles del mismo, pues se trata ni más ni menos que de la experiencia del infierno. Éste será también el inicio de su salvación, siempre que encuentren un amigo que les haga descubrir cómo son verdugos de sí mismos; siempre que encuentren un cristiano que se convierta para ellos - desde fuera - en la Luz y la Alegría que los aleje de sí mismos. Tal vez dirán entonces - no importa el texto - esta oración.

Si logran, en fin, pedir lealmente a Dios que les libre de sí mismos, ya están salvos. Es la primera etapa.

También nosotros podemos recitar esta oración las tardes en que nos hayamos encerrado en nuestro yo para vernos libres de los otros y de Dios.


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Salido al camino (Jesús), corrió a Él uno que, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?"... Jesús poniendo en él los ojos, le amó y le dijo: "Una sola cosa te falta: vete, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo, luego, ven y sígueme". Antes estas palabras se nubló el semblante del joven y se fue triste, porque tenía mucho dinero. (Mc. 10, 17-22)


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¿Me oyes, Señor?

Estoy sufriendo horrores,
encerrado en mí mismo,
prisionero en mí mismo,
no oigo más que mi voz,
sólo me veo a mí,
y tras de mí no hay más que mi sufrimiento.

¿Me oyes, Señor?

Líbrame de mi cuerpo:
es un montón de hambre,
y cuando toca algo con sus innumerables ojos enormes,
con sus mil manos extendidas,
sólo es para agarrarlo
e intentar apagar con ello su insaciable apetito.

¿Me oyes, Señor?

Líbrame de mi corazón:
está hinchado de amor,
pero aun cuando creo que amo locamente,
acabo descubriendo con rabia
que es a mí mismo a quien estoy amando a través del otro.

¿Me oyes, Señor?

Líbrame de mi espíritu:
está lleno de sí mismo,
de sus ideas, de sus opiniones;
no sabe dialogar,
pues no le llegan más palabras que las suyas.

Y yo solo me aburro,
me canso,
me detesto,
me doy asco,
desde que empecé a dar vueltas y más vueltas
en mi sucia piel como un lecho quemante de enfermo
del que se daría cualquier cosa por huir.

Todo me parece ruin, feo, sin luz
... y es que ya no sé ver nada sino a través de mí.

Y siento ganas de odiar a los hombres y al mundo
... y sólo es por despecho puesto que no sé amarlos.

Y quisiera salir,
escaparme,
marchar a otros países.

Porque yo sé que la alegría existe:
la he visto cantar en muchos rostros

Yo sé que la luz brilla:
la he visto iluminando mil miradas.

Mas no puedo salir de mí:
yo amo mi prisión al tiempo que la odio,
pues yo soy mi prisión
y yo me amo,
yo me amor, Señor, y me doy asco.

Y ahora no encuentro ya ni siquiera
la puerta de mi casa:
enceguecido, avanzo a tientas,
me golpeo con mis propias paredes, con mis límites,
me hiero,
me hago daño,
demasiado daño,
y nadie lo conoce porque nadie entró en mí.

Estoy solo, solo.

Señor, Señor, ¿me oyes?

Enséñame mi puerta,
cógeme de la mano,
ábreme,
enséñame el Camino,
la ruta de la luz y la alegría.

... Pero...
Señor, ¿me estás oyendo?

Sí, pequeño, te oigo
y me das pena.

Hace tiempo que acecho tus persianas caídas. Ábrelas:

mi luz te iluminará.

Hace tiempo que aguardo ante tu puerta encerrojada.

Ábrela: me hallarás en el umbral.

Yo te estoy esperando, y te esperan los otros.

Sólo hace falta abrir,
hace falta que salgas de ti mismo.

¿Por qué continuar siendo prisionero de ti mismo?

Eres libre.

No fui Yo quien te cerró la puerta
ni puedo ahora abrírtela.

Eres tú quien tiene echado el cerrojo por dentro.

El Tesoro / Autor:José H. Prado Flores


Jesús vino para que tuviéramos vida y vida en abundancia. Él es Maestro porque nos enseña a vivir en este mundo. En este pasaje encontraremos el secreto de una vida plena y llena de felicidad. Se trata de una de las parábolas más conocidas, estudiadas y predicadas, pero el Espíritu Santo nos hará descubrir puntos insospechados, que serán como una plataforma de despegue para nuestra vida. Se trata de un mensaje dedicado a todos los que quieren aprender a vivir, a quienes quieren descubrir el secreto de una vida plena y feliz, como fue la de Jesús.

EL TESORO ENCONTRADO
Mateo 13, 44


Cuando se habla de un tesoro se refiere a lo más valioso que pueda existir. En todo el mundo existen apasionantes leyendas sobre fabulosos tesoros. En los museos se coleccionan los tesoros culturales e históricos más importantes de la humanidad. Si alguien preguntara cuánto cuesta un tesoro como esos, nadie tendría la respuesta a esa pregunta. La característica de un verdadero tesoro es que no tiene precio, pues su valor supera todo lo imaginable. Basta con que se pueda cuantificar, para que automáticamente ya no se le considere como tesoro.

El tesoro estaba escondido, para significar que el Reino de Dios permanece oculto para los sabios de este mundo. Dios se esconde en la nube del misterio. Para penetrar en Su Ser y Su Esencia, se necesita, como Moisés, descalzarse de los sentidos y penetrar con la luz del Espíritu que Dios concede a los pequeños. Que está escondido, da a entender que Dios trasciende todo concepto, idea o imagen que podamos formarnos de Él. Está más allá de lo perceptible y aún de la lógica de la razón.

El relato es totalmente indefinido. No dice ni qué edad tenía esa persona, ni su religión o condición social. Es que cualquier persona puede identificarse con este hombre. Puede ser cualquiera de nosotros. Tampoco se dice cuándo sucedió, ni se da el mapa donde poder localizar aquel campo. Quiere decir que puede ser en cualquier parte y en cualquier día. No existe una receta o una técnica, porque se trata de lo más inesperado que pueda acontecer. Tampoco se nos habla nada de su pasado ni qué estaba haciendo en un campo ajeno, lo cual implica el sentido universal de esta parábola. Lo que le sucedió a ese hombre nos puede suceder a cada uno de nosotros...
Lo único que sabemos es que se encontraba lejos de "su" territorio y sus intereses. No estaba ni en su casa ni en su campo, sino en una propiedad ajena. Estaba en un lugar que le pertenecía a otros. Tal vez quiera significar, que el tesoro se encuentra cuando traspasamos las fronteras de nuestros intereses personales y nos internamos en un área que nunca antes habíamos explorado conscientemente.

Este hombre no era un buscador de tesoros. No tenía su detector de metales, para localizar tesoros enterrados. No. Más bien, da la impresión que el tesoro, que estaba escondido, se le revela y se hace presente de forma inesperada y casual al explorar el campo. Más que encontrar el tesoro, es el tesoro el que lo encuentra a él. Así sucede en la esfera de Dios. Antes de encontrar a Dios, Él sale a nuestro encuentro.

Así le sucedió a Saulo de Tarso. Antes de que él alcanzara a Cristo Jesús, fue Jesús el que lo alcanzó a él (cf. Filipenses 3, 12). San Juan, por su parte, afirma que el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos amó primero (cf. 1 Juan 4, 10). Ambos no están sino comprobando la palabra de Jesús que dijo: «No fueron ustedes los que me eligieron a mí, sino que fui yo quien los elegí a todos ustedes» (Juan 15, 16).

La característica peculiar de este hombre es el celo que lo mueve a proteger y conservar el hallazgo. No se puede exponer a perder el tesoro que ha encontrado. Las joyas y cosas finas y de gran valor necesitan ser guardadas con mucho cuidado. Por nada del mundo está dispuesto a arriesgar su hallazgo. Nadie le puede arrebatar su tesoro. Cuando se ha encontrado la vida de Dios, nos esforzamos por protegerla de todo aquello que amenace extinguirla: el pecado. Este hombre elabora un plan que va a llevar a cabo con todo sigilo, para que dé resultado. Para adentrarse en el Reino, se necesita la astucia, que ya en la parábola del administrador infiel, (cf. Lucas 16, 1 ss.) había sido ponderada por el Señor Jesús.

Por otro lado, que el hombre devuelve el tesoro donde estaba escondido, nuevamente demuestra el afán que tiene de conservar el tesoro y evitar cualquier cambio en las circunstancias que lo rodea, lo dañe. También significa que aunque Dios se revela, siempre queda una parte de Su Ser y Providencia que permanece en el misterio. No podemos encapsular ni abarcar con nuestras manos o entendimiento a Aquel que los cielos de los cielos no pueden contener. Nos sobrepasa infinitamente.

El hombre no se quedó contemplando el tesoro, ni se fue a un retiro para meditar lo hermoso de aquel hallazgo, sino que a partir de ese momento, enfocó toda su vida hacia una sola meta: comprar aquel campo a cualquier precio. Había encontrado el sentido de su vida y todo se encaminaba en esa sola dirección. Vendió todos sus bienes: casa, burro y posesiones. Recuperó su ahorros e inversiones, cobró las cuentas pendientes, retiró las primas y beneficios acumulados de su seguro de vida con tal de obtener un poco más de dinero, y hasta pidió prestado al banco, pagando altos intereses. Nada de eso le importaba, en comparación al tesoro que no se apartaba de su mente ni de su corazón.

Ciertamente está corriendo un gran riesgo. Otro pudo haber encontrado también el mismo tesoro y adelantársele. Quien lo había escondido podía haberlo ido ya a recoger. Todo eso pasa a segundo término, pues el tesoro vale más que todo eso junto. Tanto vale el tesoro que ningún riesgo es demasiado para detenerse.

¿Cuánto vale el campo? Todo lo que el hombre tiene. No se trata de un precio fijo o que esté en discusión o en remate. No. Vale todo cuanto se tiene; sea mucho o sea poco, no importa. Lo único importante es que vale "todo". Sólo así se puede adquirir el campo en cuestión para obtener el tesoro. Vendió todo cuanto tenía para comprar el campo. Pero no compra el tesoro, porque el tesoro no se vende. Fue capaz de pagar el precio del campo porque tenía su mirada puesta en una sola meta: el tesoro de valor incalculable.

Ahora bien, ¿qué motivó el riesgo de vender todo? La respuesta la encontramos en el hombre que encontró el tesoro: la alegría de haber encontrado. La alegría del encuentro es la motivación para todo lo que sigue. Se trata del detonador que desencadena toda una reacción que no se puede detener. El primer signo de haber sido encontrado por él es la alegría que no se puede esconder ni disfrazar. Es tan grande, que se desprende de todo cuanto tiene. No está amargado por la nostalgia de los ajos y cebollas de Egipto. La tierra prometida vale tanto, que se puede atravesar el ingrato desierto, en medio de privaciones y mares Rojos que se interpongan.

Así nosotros un día de repente descubrimos la presencia de Dios en nuestras vidas de una manera más palpable que nunca. Comprendemos al instante que este encuentro con Dios es lo que realmente vale.

El Divino Maestro nos advirtió: Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón. Cuando se tienen varios tesoros, como no podemos tener un corazón para cada uno de ellos, el corazón se desgarra y aparecen todo tipo de neurosis, desdoblamiento de personalidad, hipocresía, mentiras y frustraciones, por no conseguir todo lo que se busca. Éste es el origen de muchos problemas psicológicos, pues no existe pureza de intención, sino que existen motivaciones impuras, es decir, contaminadas.

¿Cuál es tu tesoro: lo más invaluable que tienes, serías capaz de renunciar a todo, con tal de conseguirlo o no perderlo? ¿Cuál es tu valor supremo que da sentido y dirección a todos los demás? ¿Hay algo que esté por encima de todo lo demás que tienes y eres en la vida?

Este relato evangélico no precisa nada. No dice ni como se llamaba aquel hombre, ni su edad o religión, para que pueda ser cualquiera de nosotros. Tampoco precisa el día y la hora, para abrir las posibilidades en cualquier momento de la historia personal.

Jesús vino a enseñarnos a vivir. En esto radica el secreto de una vida plena y feliz: tener un solo valor supremo que dé dirección y sentido a toda la vida.

Lo más difícil de aceptar de la salvación, es que es gratuita. Generalmente la queremos comprar o merecer con nuestras buenas obras, en vez de recibir el don gratuito de Dios. No es por nuestros sacrificios o títulos eclesiásticos que merecemos el tesoro. La palabra mérito no existe en el diccionario de la salvación. Todo es gracia de Dios.

Por último hay que notar que "va, vende y compra" están en tiempo presente, para significar que se trata de un hecho actual, que sucede en nuestro tiempo. No se trata de un acontecimiento del pasado, sino que puede suceder el día de hoy, en el momento menos pensado.

Las Bienaventuranzas de las personas con discapacidad: Autores: Comunidades Fe y Luz




Bienaventurado

quien entienda mi pesado caminar y mis torpes manos.

Bienaventurado

quien sepa que mi oído ha de hacer un esfuerzo para entender lo que oye.

Bienaventurado

quien entienda que aún existiendo el brillo de mis ojos, mi comprensión es lenta.

Bienaventurado

quien mire y no vea la comida que tiro fuera del plato.

Bienaventurado

quien no me recuerde nunca que hoy ya he preguntado dos veces la misma cosa.

Bienaventurado

quien entienda cómo me cuesta hacer de mi pensamiento palabra.

Bienaventurado

quien me escuche, por que yo también tengo cosas que decir.

Bienaventurado

quien conozca los sentimientos de mi corazón, aunque no lo sepa expresar.

Bienaventurado

quien me respete y me quiera como soy, y no como quisiera que fuera.

Bienaventurado

quien me ayude en mi peregrinaje hacia la Casa del Padre del Cielo.

Jean Vanier: "Hay que amar a las personas en su depresión. Es la mejor manera de ayudarlas a salir de ella"


Entrevista con Jean Vanier, fundador de la Comunidad del Arca: «La depresión no es una enfermedad vergonzosa que hay que esconder unos a otros… Las heridas del corazón son realidades de la vida de las que ninguno está exento», considera Jean Vanier. En esta entrevista concedida a Zenit, el fundador de la Comunidad del Arca profundiza en las causas de este azote del mundo moderno, y aporta vías útiles para hacerle frente, tanto para el enfermo como para quien está cerca de él.

Originario de Canadá, donde nació en 1928, Vanier es hijo de quien fue gobernador general del país. Entró muy joven en la marina militar, camino que abandonó en 1950 para seguir a Jesús, para buscar el Evangelio, para descubrir el sentido de nuestra vida y de nuestro mundo.

En 1964 fundó en Trosly-Breuil (Francia) El Arca, comunidad para y con personas con discapacidad psíquica. Hoy existen unas 130 casas de este tipo en una treintena de países en las que se comparte la vida y el trabajo.

En 1971, junto a Marie Hélène Mathieu, fundó Fe y Luz, movimiento que acoge a personas con discapacidad, a sus familiares y amigos, para compartir momentos de celebración y oración. Actualmente hay cerca de 1.500 comunidades en unos 80 países del mundo.

Jean Vanier escribió en 1999 un libro sobre «La depresión» de gran impacto en los países francófonos («La dépression», Editions du Livre ouvert), y traducido en varios idiomas.

–La depresión es una plaga de la sociedad actual. ¿Cómo afrontarla? ¿Cómo librar a las personas deprimidas de su padecimiento? Es un tema del que usted habla de buena gana…

–Jean Vanier: Es necesario hablar de la depresión, y hablar de ella como de la más humana y real de las cosas. La cuestión es saber dónde se sitúan los propios valores. Y la gran cuestión es que si se sitúan estos valores únicamente en los logros, en la fuerza, etcétera, se está descuidando una parte de uno mismo, una parte que es el niño, que es la mujer más frágil, que es una persona vulnerable. Salir de la depresión significa encontrar personas que te quieren no porque tu seas poderoso o porque hayas tenido éxito, sino por ti mismo, con tu fragilidad.

Podemos decirnos esto a nosotros mismos o a las personas deprimida, ¿pero cómo pueden, una y otra parte, interiorizarlo verdaderamente?

–Jean Vanier: Nos encontramos ante un problema inmenso. No son sólo las medicinas las que pueden ayudar a las personas. Los fármacos pueden atenuar las angustias, pero la gran cuestión es: «¿Quiero descubrir lo que significa ser humano?». El ser humano ha nacido pequeño y morirá pequeño. ¿Estamos nosotros dispuestos a acoger nuestra fragilidad como es verdaderamente? Nos hallamos en una sociedad que rechaza este dato de hecho. Se rechaza a los débiles, se quiere descartar a los ancianos, se quiere apartar a los discapacitados y de quiere prescindir de nuestras fragilidades. Entonces, ¿cómo ayudar a las personas a reencontrar el significado de «ser humano»?

–¿Se puede percibir la depresión como una discapacidad mental?

Jean Vanier: No es en absoluto una discapacidad mental. Un deprimido es lo que llamaría un «discapacitado del ahogo». La depresión es una enfermedad del ahogo, de la energía. Desde algún lugar la energía es bloqueada. Y es éste bloqueo del aliento lo que causa desgraciadamente todo tipo de angustia, todo género de elementos en el propio interior que se quiere calmar. Así que el peligro es esconderse tras la televisión, refugiarse en el alcohol, en drogas, buscar algo nuevo en lugar de buscar dentro de uno mismo. ¡Y éste es el drama!

–Pero el problema del deprimido es justamente que no logra entrar dentro de sí mismo y que intenta buscar en el exterior las respuestas al propio malestar…

–Jean Vanier: Por lo tanto se necesita de alguien que le salga al encuentro. Pero es necesario que él mismo sienta la necesidad de cambiar un poco su vida, porque los bloqueos de la energía aparecen en el sentido de que se lanza a un terreno, por ejemplo, al éxito, olvidando otra parte de sí mismo. El ser humano es complejo. Hay que tener tanto la capacidad como el corazón; son necesarias las relaciones con las personas. Pero en estas relaciones no se trata de buscar dominarlas, sino de estar en comunión con ellas. Existe una parte de espiritualidad que es un movimiento interno que me ayudará a vivir y a descubrir que puedo hacer buenas cosas con mi vida. Ahí hay una cuestión de fe que toca todas las materias de la muerte, del fracaso, etcétera. Y con mucha frecuencia las personas han suprimido algo. Entonces es necesario ayudarlas a buscar en su intimidad más profunda. Pero el hecho importante es que no hace falta que sean muchos los que quieran cambiar a las personas. Debe haber personas que les aceptan como son. Cuando se quiere cambiar a las personas, en lugar de amarlas como son, se corre siempre el riesgo de un rechazo por su parte.

–Entonces, ¿cómo aprender a amar a estas personas? ¿Cómo ayudarlas en su ahogo?

–Jean Vanier: La verdadera cuestión que hay que plantearse es cómo ayudar a estas personas en nuestra pobreza, dado que ese ahogo es una falta de fuerza. Uno se encuentra pobre. Y cuando se está ante una persona deprimida, uno mismo se hace pobre. La cuestión es: cómo acoger al otro, como él es, con nuestras miserias y nuestro elemento de depresión frente a la depresión.

–¿Considera que todos están capacitados para acompañar a una persona deprimida hacia su liberación?

–Jean Vanier: Todos estamos sujetos a la depresión. Todos somos capaces de entrar en el mundo de la desesperación. Bernanos dice que para hallar esperanza es necesario bajar a los abismos de la desesperación. Pero para acompañar es necesario estar atentos, dado que cuando se habla de acompañamiento existe una especie de deseo de cambiar a la otra persona. Hay que amar a las personas en su depresión. Es la mejor manera de ayudarlas a salir de ella. Así que lo primero que hay que hacer para ayudar a una persona es empezar a cambiar nosotros mismos.

–El bienestar psíquico de los enfermos es su preocupación diaria. ¿Cómo percibe todo lo que se realiza actualmente en el plano médico, pero también en el plano social, para ayudar a las personas que padecen depresión?

–Jean Vanier: Para mí se trata de vivir en mi comunidad con personas que atraviesan altibajos. Por ejemplo, acabamos de acoger a una joven de 22 años que carece de familia, tiene una discapacidad mental y fue maltratada por una cuidadora. Está recién llegada y ha entrado en una fase de ligera depresión, pues uno de mis asistentes, al que ella apreciaba mucho, se tiene que marchar. ¿Cómo actuar de manera adecuada con ella, no obligarla a cambiar, sino aceptarla como es? Se trata de una joven con una necesidad inmensa de encontrar lo que jamás ha tenido. Se necesitará tempo, así que no debo emplear demasiado en preguntarme lo que ocurre alrededor. Es necesario que yo mismo busque hoy sentirme impotente ante una joven como ella, y ayudarle, a pesar de todo, estando cerca de ella.

TEXTOS BIBLICOS sobre María, la Madre de Jesús / Autor: P. Ángel Peña Benito, O.A.R


TEXTOS BIBLICOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO

Son muchos los textos del Antiguo Testamento, en que los escrituristas
y los grandes santos han visto la presencia de María. Hay textos en los
que aparece como anunciada o en figura nuestra Madre María.

Ella es prefigurada por Judit, que corta la cabeza de Holofernes, jefe
del ejército de los enemigos del pueblo de Dios, al igual que María
pisa la cabeza de Satanás.

Igualmente, Ester prefigura a María, porque siendo reina, obtiene que
su pueblo no sea exterminado; al igual que María, reina del universo,
con su intercesión, consigue que el pueblo de Dios no sea destruido sino
salvado.

También el arca de la alianza es figura de María, porque el arca
contenía la presencia de Dios y ¿qué mejor arca que María, que llevó en su
seno al Hijo de Dios?

María también es prefigurada por aquella nube del profeta Elías. Una
nube como la palma de un hombre, que sube del mar... Poco a poco, se fue
oscureciendo el cielo por las nubes y el viento, y se produjo una gran
lluvia (1 Reg 18, 44-45). María es como esa nube pequeñita,
aparentemente insignificante, pero que produce una gran lluvia de bendiciones
sobre toda la tierra. Y es dulce y tierna con sus hijos como aquella brisa
suave, que acarició a Elías (1 Reg 19, 12).

Otra figura de María es la escala de Jacob por donde subían y bajaban
los ángeles de Dios (Gén 28,12). Porque ella es el camino más corto y
fácil para llegar a Jesús y, por tanto, al cielo.

Veamos ahora algunos textos, que los santos interpretan referidos a
María:

- Pondré enemistad entre ti y la mujer. Ella te aplastará la cabeza
(Gén 3, 15). Así lo traduce san Jerónimo, inspirado por Dios, en la
traducción latina Vulgata, la traducción oficial de la Iglesia durante
siglos. María aplasta la cabeza de la serpiente infernal, porque contra Ella
no puede nada, ya que es purísima e inmaculada, sin el más mínimo
pecado.

- ¿Quién es esta que sube del desierto, apoyada en su amado? (Cantar 8,
5). Este texto lo refieren a su Asunción a los cielos, pues María sube
de esta tierra de desierto, apoyada en su amado Jesús.

María es hermosa como la luna, resplandeciente como el sol (Cant 6,
10). Y a ella le dice Dios: Ábreme, hermana mía, amada mía, paloma mía,
inmaculada mía (Cant 5, 2). Ella es terrible como un ejército formado en
batalla (Cant 6, 4). Es terrible contra Satanás, pues le aplasta la
cabeza. Hay un texto en el que María aparece terrible contra el maligno.
Es en Daniel 2. Allí aparece una estatua grande y de aspecto terrible.
La cabeza era de oro puro, su pecho y sus brazos de plata, su vientre y
caderas de bronce; sus piernas de hierro y sus pies, en parte de
hierro y en parte de barro. Representa esta estatua al rey de las cosas
materiales, a Satanás, que quiere reinar en el mundo. Pero una pequeña
piedra, desprendida, no lanzada por mano humana hirió a la estatua en los
pies de hierro y barro, destrozándola. Creemos que esta piedrecita, se
refiere a María, que siendo tan humilde y pequeña, sin embargo, puede
derrotar el poder de Satanás.

EN EL NUEVO TESTAMENTO

Y, si vamos al Nuevo Testamento, san Lucas nos habla maravillas de
María en los dos primeros capítulos de su Evangelio. Empieza con las
palabras del ángel que rezamos en el avemaría, palabras divinas y
evangélicas, que debemos repetir frecuentemente. El ángel le dice de parte de
Dios: Alégrate (Dios te salve) llena de gracia, el Señor está contigo (Lc
1, 28). María es llena de gracia, totalmente pura y bella; o, como
decimos también, inmaculada por un privilegio especial de Dios, que en
virtud de los méritos de Jesús, la previno de las consecuencias del pecado
original y así fue inmaculada desde el primer momento de su concepción.

Su prima santa Isabel le dice, inspirada por el Espíritu Santo, o mejor
dicho, le dice el Espíritu Santo por boca de su prima: Bendita tú eres
entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre (Lc 1,
42). Y María, inspirada por Dios, dice: Todas las generaciones me llamarán
bienaventurada (Lc 1, 48).

Por otra parte, Jesús desea que amemos a María y nos la ha dado como
madre al decirnos: Ahí tienes a tu Madre (Jn 19, 27). Son palabras
dirigidas a cada uno de nosotros, como siempre se ha interpretado. De este
modo, María queda constituida por Jesús como Madre de todos y cada uno de
los hombres.

Su poder de intercesión ante Jesús, queda manifestado con toda claridad
en las bodas de Caná, cuando Jesús hace su primer milagro, sólo porque
se lo pide su madre, manifestando así su voluntad de hacerla siempre
feliz y concederle todo lo que pida (Jn 2).

Oración de una madre embarazada / Enviada por Mercedes Calvet


Padre que estás en los cielos,
Tengo en mi seno ahora
un pequeñito, débil y vulnerable,
que ya está transformando todo mi cuerpo
y todo mi corazón.
¡Gracias por habérmelo confiado!

¡Gracias por permitirme acogerlo
como María acogió a Jesús
el día de la Anunciación!
¡Gracias por poder acogerlo como mi madre me acogió
cuando sintió mi presencia
en lo más íntimo de su ser.

Padre que nos amas, estoy maravillada ante esta vida
tan secreta y palpitante,
tan frágil y llena de promesas.
¡Gracias por haberme dado los ojos del corazón,
que me permiten ya ver a este niño
en un momento en que todavía no es visible.

Padre lleno de ternura,
ayúdame a hacer cada día lo que puedo hacer
para que este niño sea feliz.
Te pido, Padre de toda gracia,
poder transmitir a este niño,
toda la fe, la esperanza y el amor
que llevo en mi corazón.

Por fin, te ruego, Padre, que nos guardes
bajo tu amparo, a mi hijo
que primero es tuyo, y a mí,
ahora y siempre.

Amén.

La vacuna contra el cáncer / Autor: Oscar Schmidt


Es increíble la cantidad de gente que pide oración por tumores malignos que sufren niños y adultos, hombres y mujeres. Es como si la enfermedad se extendiera cada vez más, como siguiendo un invisible hilo conductor que va anudando a toda la humanidad. Sin embargo pocos piden oración por tumores del alma, tumores espirituales, que también se derraman sobre el mundo como una catarata de lodo que enturbia y oscurece, ahoga y mata.

Alguien me dijo una vez que es preferible tener un cáncer en el cuerpo, y no en el alma. Para mucha gente ésta frase sonará extraña, porque se conoce muy bien el cáncer de la carne, sin embargo es bastante desconocido el cáncer espiritual, en sus alcances y consecuencias. Nuestra pobre alma, a pesar de que nuestro cuerpo goce de vida plena, puede estar muerta, muerta a la Gracia. Por eso es que una conversión es siempre el milagro más grande, porque es simplemente una resurrección de nuestra alma, una vuelta a la vida de Gracia. Como nuestro cuerpo tiene vida, también nuestra alma la tiene, cuerpo y alma no pueden ser vistos por separado. Así se ve a muchas gentes que caminan y viven, pero sin embargo tienen el alma vacía, mortecina. Los cánceres espirituales han ido ahogando a esas almas, hasta quitarles toda vida, toda luz y mirada espiritual. Gente que vive una vida vacía, sin Dios, sin un pensamiento o movimiento hacia el deseo de amarlo, de reconocerlo, de agradarle, de conocer y hacer Su Voluntad.

El alma, igual que el cuerpo, debe ser alimentada con cuidado, y cuidada en forma diaria. Si al cuerpo se le da comida chatarra por bastante tiempo, se enferma. Igual con el alma, sólo que la comida chatarra en este caso es lo que se ve en televisión, lo que se lee, lo que se aprende teniendo malas amistades. Si el cuerpo respira humo de cigarrillo, enferma en sus pulmones. Si el alma respira el humo de satanás, pierde la capacidad de respirar el aire puro que trae el soplo del Espíritu Santo. Tumores que responden al propio descuido del hombre, a su falta de amor por su cuerpo, y su alma.

Cuando el cáncer ataca el cuerpo, y el alma está viva y rozagante en la Gracia del Señor, se produce una unión con Dios en la seguridad del destino de gozo que esa alma tiene. La persona sufre miedos, dolores y tristezas humanas, pero una alegría espiritual envuelve su alma, en la visión anticipada del desposorio espiritual que se avecina. Cuando el cáncer ataca el alma, y el cuerpo está vivo y rozagante, es poco lo que se nota a nivel humano. Sin embargo, esa persona está en peligro mortal, sujeta al riesgo supremo de que su cuerpo muera con su alma en ese estado, sin haber resucitado antes del tránsito ¡Difícil imaginar una situación más desesperante! Si, desesperante, porque esta alma no tiene esperanza, no se ha abierto a la Gracia que garantiza la promesa del Reino, más allá de las desventuras humanas que le toquen vivir.

Y finalmente, cuando el cáncer ataca cuerpo y alma a la vez, la persona se enoja con la vida, con Dios, con quienes la rodean. Por supuesto, si no hay esperanza, sólo queda la desesperación. Hay que dar ayuda a estas almas, para sanar el cáncer del cuerpo, pero fundamentalmente el del alma. Que en el dolor y la enfermedad la persona reconozca y recupere a Dios. Si el alma resucita, y la persona vuelve a sonreírle, a llorar, a pedirle, podrá pasar cualquier cosa al cuerpo, pero el alma estará salvada para toda la eternidad.

Cuando veo esas publicidades donde se muestran fiestas en las que todos beben, todos fuman, todos se adormecen con música que atonta, no puedo dejar de pensar que nos tratan de vender un mundo de almas muertas. Veo la imagen de cuerpos vacíos, que se mueven y hablan, pero están vacíos espiritualmente. Estos cánceres espirituales son invisibles a los ojos humanos, como muchos tumores malignos del cuerpo también lo son. Hace falta buen diagnóstico para reconocerlos, a tiempo, y proceder a la terapia que intente una cura. Pero, irremediablemente, sin una cura efectiva ambos conducen a la muerte.

Mientras tanto, los cristianos tenemos la vacuna contra el cáncer espiritual guardada en nuestra casa, y no la damos a los enfermos ¡Tenemos la cura y no la compartimos con los demás! Para hacer las cosas más ridículas aún, ni siquiera usamos la vacuna en nosotros mismos. Nos estamos muriendo y la tenemos guardada allí, sin que nadie la utilice. Muchas veces tenemos ante nuestros ojos a nuestros propios hijos muriéndose de cáncer del alma, y ni siquiera movemos un dedo para darles la medicina. Somos tan necios, que pese a haber sido educados como médicos del alma, discípulos del Medico Salvador, no ejercemos la profesión de la que fuimos investidos en el Bautismo.

Está claro que es preferible un cáncer del cuerpo, que no mata el alma, y no un cáncer espiritual, que trae acarreada la muerte eterna. Un cáncer del cuerpo puede ser, en cambio, la puerta a la resurrección del alma. La medicina está a nuestro alcance: es la Palabra de Dios, Palabra de Amor que envuelve a todo el universo, que resucita y da vida, vida eterna.

Las cadenas del miedo / Autor: José Luis Martín Descalzo



Fuente: Razones para el amor

Una de las grandes tentaciones de nuestra generación es el miedo. Y una de las más extendidas. Al menos yo me encuentro cada vez con más personas que viven acobardadas, a la defensiva, no tanto por lo que les ocurre cuanto por lo que puede venir.

Y lo peor del miedo es que es una reacción espontánea y -a poco que el hombre se descuide- casi inevitable. Sobre todo en los grandes períodos de cambios como el que vivimos.

Quizá lo más característico de nuestra civilización sea, precisamente, el endiablado ritmo con que ocurren las cosas. Lo que ayer mismo era normal, hoy se ha convertido en desusado. Las ideas en que nos sosteníamos son socavadas desde todos los frentes. La inseguridad se nos ha vuelto ley de vida. La gente mira a derecha e izquierda inquietamente y te pregunta: Pero ¿qué es lo que nos pasa? Y no se dan cuenta de que lo que nos pasa es, precisamente, que no sabemos qué es lo que nos pasa.

Y surge el miedo. El hombre -lo queramos o no- es un animal de costumbres. En cuanto pasan las inquietudes de la juventud, todos tendemos a instalarnos: en nuestras ideas, en nuestros modos de ser y de vivir. Cuando alguien nos lo cambia, sentimos que nos roban la tierra bajo los pies. Y, al sentirnos inseguros, brota el miedo.

Un miedo que se percibe en todos los campos: hay creyentes angustiados que temen que les «cambien» la fe. Hay padres que tiemblan de sólo pensar en el futuro de sus hijos. En el campo político son muchos los que ya cambiaron las ilusiones de siglo XX por los miedos del XXI.

Y hay que decir sin rodeos que no hay mejor camino para equivocarse que el que juzga y construye sobre el miedo. Porque si el pánico paraliza el cuerpo del que lo sufre, también inmoviliza y encadena su inteligencia. El miedoso se vuelve daltónico -ya no ve sino las cosas que le amenazan. Y no se puede construir nada viviendo a la defensiva.

El miedoso es alguien que apuesta siempre por el «no» en caso de duda. Se rodea de prohibiciones y murallas y termina provocando los efectos contrarios a los que aspira. Un padre aterrado ante el futuro de sus hijos no tardará mucho en convertirlos en rebeldes. Un obispo o un cura que tiembla ante el futuro de la fe fabricará descreídos o resentidos. Un viejo que teme la muerte se olvidará de vivir. Un joven dominado por el temor se volverá viejo antes de tiempo.

Esto, naturalmente, no significa canonizar todo cambio. Hay cambios con los que el mundo avanza (y deben ser apoyados por todos) y algunos con los que se camina hacia atrás. Y habrá que resistir frente a ellos. Pero resistir desde la seguridad de aquello en lo que se cree, no desde el pánico de lo que se teme. El miedoso no se atreve a confesárselo, pero en realidad teme porque no está seguro ni de sus creencias ni de si mismo. Entonces se defiende y patalea. Pero ya no defiende su verdad, sino su seguridad.

No hay que tener miedo. Nunca. A nada. Salvo a nuestro propio miedo.

Que yo no pierda / Enviado por Antonio Almagro


Que Dios no permita que yo pierda el ROMANTICISMO, aún sabiendo que las rosas no hablan...

Que yo no pierda el OPTIMISMO, aún sabiendo que el futuro que nos espera puede no ser tan alegre...

Que yo no pierda las GANAS DE VIVIR, aún sabiendo que la vida es, en muchos momentos, dolorosa...

Que yo no pierda las ganas de TENER GRANDES AMIGOS, aún sabiendo que, con las vueltas de la vida, ellos se terminan yendo...

Que yo no pierda las ganas de AYUDAR A LOS DEMÁS, aún sabiendo que muchos son incapaces de ver, reconocer y retribuir, esta ayuda...

Que yo no pierda el EQUILIBRIO, aún sabiendo que innumerables fuerzas quieren que me caiga...

Que yo no pierda las GANAS DE AMAR, aún sabiendo que la persona que mas amo puede no sentir lo mismo por mi...

Que yo no pierda la LUZ Y EL BRILLO DE LA MIRADA, aún sabiendo que muchas cosas que veré en el mundo oscurecerán mis ojos...

Que yo no pierda la GARRA, aún sabiendo que la derrota y la pérdida son dos adversarios extremadamente peligrosos.. .

Que yo no pierda la RAZÓN, aún sabiendo que las tentaciones de la vida son innumerables y deliciosas.. .

Que yo no pierda el SENTIMIENTO DE JUSTICIA, aún sabiendo que el perjudicado pueda ser yo...

Que yo no pierda mi ABRAZO FUERTE, aún sabiendo que un día mis brazos estarán débiles...

Que yo no pierda la BELLEZA Y LA ALEGRÍA DE VER, aún sabiendo que muchas lágrimas brotaran de mis ojos y se escurrirán por mi alma...

Que yo no pierda el AMOR POR MI FAMILIA, aún sabiendo que ella muchas veces me exigirá esfuerzos increíbles para mantener su armonía...

Que yo no pierda las ganas de DAR ESTE ENORME AMOR que existe en mi corazón, aún sabiendo que muchas veces será sometido y aún rechazado...

Que yo no pierda las ganas de SER GRANDE, aún sabiendo que el mundo es pequeño... Y encima de todo...

Que yo jamás olvide que Dios me ama infinitamente!

Que un pequeño grano de alegría es esperanza dentro de cada uno y es capaz de cambiar y transformar cualquier cosa, pues...

LA VIDA ES CONSTRUIDA EN LOS SUEÑOS
Y CONCRETADA EN EL AMOR..!!!

No se puede amar a quien no se conoce / Autor: Oscar Schmidt


¿Nunca te ha pasado que te formas un preconcepto sobre alguien, y cuando lo llegas a conocer a fondo te sorprendes de lo absolutamente distinta que es en realidad esa persona?. A veces lo que sientes es mejor que lo que esperabas, y otras veces te decepcionas, porque habías generado mayores expectativas. Pero en cualquier caso lo que sientes ahora es a una persona distinta, totalmente distante de la imagen que te habías figurado.

Imagínate ahora que hablamos de Jesús, nuestro Dios. ¿Cuán a fondo lo conoces?. ¿Te atreves a decir que tienes una cercanía con El que te permita sentirlo vivo, presente, familiar, como El realmente es?.

¿Cómo podemos amar a Cristo, si no nos esforzamos en conocerlo?. Cristo es la fuente del amor infinito, imagínate cuanto más podrás amarlo si lo conoces a fondo, como Él realmente es.

Enamorarse de Jesús es la consecuencia lógica de conocerlo, de interesarse por Él.

Para llegar a conocer a Cristo en profundidad puedes elegir varios caminos, pero la manera más perfecta y directa es a través de la lectura de los Evangelios. Su Vida entre nosotros es Su mayor testimonio de amor. Pero también estudiando la vida de muchos santos se llega a conocer a Cristo. ¿Por qué?. Simple: cuando uno entiende que Jesús se dio de forma abierta y amorosa a las almas que se abrieron humildemente a El, comprende también que ese amor está disponible para cualquiera que quiera ir a gozarlo. Y cuando el Señor da, da a mano abierta. Se manifiesta como un enamorado de Sus hermanos aquí, se brinda sin límites. Es entonces que uno toma conciencia que Jesús nos mira, y nos espera todo el tiempo. Siempre atento a un gesto nuestro, a un saludo, a un pensamiento. Un eterno enamorado de nuestra alma, que espera pacientemente ser reconocido, ¡Y es nuestro Dios!.

Es imposible conocer a fondo a Jesús y no amarlo, si se hace con un corazón bien intencionado. El amor crecerá entonces como consecuencia lógica de entender que El está allí, esperando que lo descubramos y le abramos nuestras puertas a Su amor.

¡Leemos y nos interesamos por tantas cosas intrascendentes en nuestra vida!. Busquemos, por una vez, en el lugar correcto.

Jesús nos está esperando, quiere que nos hagamos primero Sus amigos, para luego enamorarnos perdidamente de El, nuestro Dios.

Aquello que perdura / Enviado por Carmen Rios



Cuenta la tradición que, en cierta ocasión, un bandido llamado Angulimal fue a matar a Buda.
Y Buda le dijo:
“Antes de matarme, ayúdame a cumplir un último deseo: corta, por favor, una rama de ese árbol.”
Angulimal le miró con asombro, pero resolvió concederle aquel extraño último deseo y de un tajo el bandido hizo lo que Buda pedía.
Pero luego Buda añadió: “Ahora, vuelve a pegar la rama al árbol, para que siga floreciendo”.
“Debes estar loco -contestó Angulimal- si piensas que eso es posible”.
“Al contrario -repuso Buda-, el loco eres tú, que piensas que eres poderoso porque puedes herir y destruir. Eso es cosa de niños. El verdaderamente poderoso es el que sabe crear y curar.”
"Crear" al dar ejemplo, "curar" al saber orientar o ayudar, eso es justo lo que no se puede "matar"

miércoles, 29 de agosto de 2007

Ejemplo / Enviado por Viviana Baigorria



Cuentan que un padre de familia fue a un parque de diversiones con sus dos hijos, uno de tres años de edad y otro de 6 años. La entrada valía cinco dólares para niños menores de 5 años y diez para los mayores de 5 años. Cuando se acercó a la entrada, el boletero le preguntó la edad de los niños.
El hombre respondió "Tres y seis años".

El boletero le replicó: Usted es un tonto?. Me ha podido decir que tiene tres y cinco años y pagar sólo la tarifa de cinco dólares. Ahora que me dijo la verdadera edad de sus hijos, tendré que cobrarle más. ¿Acaso alguien se habría dado cuenta ?.

El padre le respondió: "Sí, mis hijos".

Náufragos espirituales / Autor: Oscar Schmidt



Si, a veces me siento como un náufrago nadando en un mar de incomprensión espiritual, tratando de encontrar aunque más no sea una isla pequeña donde descansar ¿A qué me refiero?

Rodeado de la vida mundana, no se advierte que los demás miren este mundo aunque no sea más que un poquito, con los ojos de Dios. Escucho hablar a la gente de cosas que suceden, y se advierte de inmediato la mano de Dios en ello. Pero, ¿cómo decirlo, si no hay peor sordo que el no quiere oír, ni peor ciego que el que no quiere ver? Miro a derecha, a izquierda, por delante y por detrás, y sólo veo gente que no tiene la más mínima voluntad de introducir a Dios en sus vidas. ¡Un verdadero mar de frialdad espiritual!. Miles de millones de almas viven totalmente ajenas a El. Mientras rezo en mi interior, y pienso en lo mal que se siente el Creador al ver semejante nivel de indiferencia, más y más me siento como un náufrago perdido en un mar de ignorancia y ceguera espiritual. Y ésta realidad me resulta visible en aquellos momentos en que, por Gracia de Dios, se abre mi corazón a ver la realidad con una mirada espiritual, porque el resto del tiempo entristezco al Señor con pensamientos y sentimientos del todo mundanos también.

En este mar apático se nada y se nada, buscando una isla donde aferrarse. Y esas islas aparecen, cuando cruzamos nuestro camino con alguien que ve a Dios en lo que ocurre a nuestro alrededor. ¡Y cómo nos aferramos a estas personas en esos momentos! Conversaciones vibrantes, plenas de amor a Dios, compartiendo tantas cosas que el mar-desierto espiritual que nos rodea ignora totalmente. Son momentos de descansar, de tomar fuerzas, de recordar que el Señor nunca nos deja desamparados. Y luego de gozar estos instantes de unión con esos hermanos en el amor a Jesús y María, a nadar nuevamente en el mar que nos rodea.

Creo que nuestra obligación, como hijos de Dios, es sobreponernos a éstas frustraciones del alma, y seguir luchando en medio de tan grande incomprensión. Debemos dar testimonio del amor por Dios, aunque nadie nos preste atención, a riesgo de que nos tomen por locos o aburridos, o pasados de moda, o el calificativo que sea. Imaginen que el pobre Jesús también nadó en este mar espiritual cuando vino a nosotros, y como siempre, la Palabra del Señor es el modelo de lo que debemos esperar de nuestras vidas, y también de cómo debemos reaccionar frente a la falta de amor del mundo.

Hoy nos sentimos náufragos, y también colaboramos con el naufragio general ante nuestra falta de amor por El. Pero, personalmente, creo que si cada uno de nosotros nada con fuerza en estas aguas, dando vigoroso testimonio del amor como único camino, se irán formando más y más islas a nuestro alrededor, hasta que se unan poco a poco.

Y esas islas, que son las almas de los que aman a Dios, unidas unas con otras formarán un continente espiritual, donde reine el Amor por nuestro Dios, donde se pueda pisar firme y confiado en tierras regadas por las lágrimas de quienes donaron sus vidas por el Salvador, a lo largo de los siglos.

Oración para comenzar el día / Enviada por Paulina Binyons Arancibia


Permite que Dios sea la única persona en tu mente mientras lees ésta oración. Si podemos tomar tiempo de leer bromas, historias largas, debemos dar el mismo respeto a esta oración.
Amigos que oran juntos, permanecen juntos. 
 


Oremos:

Querido Dios,
Te agradezco por este día. 
 
Te agradezco por poder ver y oír esta mañana. 
 
Soy bendito porque eres un Dios comprensivo y de perdón. 
 
Tú has hecho tanto por mí y continúas bendiciéndome cada día. 
 


Perdóname este día por todo lo que he hecho, dicho o pensado que no era agradable para ti.
Ahora pido tu perdón.
Por favor mantenme seguro, alejado de todo peligro o daño.
Ayúdame a comenzar este día con una nueva actitud y mucha gratitud. 


Déjame hacer lo mejor de cada día para aclarar mi mente y así poder oírte.
Por favor expande mi mente para que pueda aceptar todos tus designios.
No permitas que me lamente de las cosas sobre las que no tengo ningún control, que pueda reconocer el mal.

Y cuando cometa pecado, permíteme arrepentirme, y confesar con mi boca mi mal procedimiento, y así recibir tu perdón.
Y cuando este mundo se cierre dentro de mí, déjame recordar el ejemplo de Jesús para irme lejos y encontrar un lugar apartado para orar. 


Esta es la mejor respuesta cuando me empujan más allá de mis límites.
Sé que cuando no puedo orar, tu escuchas mi corazón.
Continúa utilizándome para hacer tu voluntad.
Continúa bendiciéndome para que pueda bendecir a otras personas.
Mantenme fuerte, que pueda ayudar al débil. 

Mantenme con los ánimos levantados para que pueda tener palabras de aliento para otros. 


Ruego por los que se pierden y no pueden encontrar su camino.
Ruego por los que sean mal juzgados y no los entiendan.
Ruego por los que no te conozcan íntimamente.
Ruego por los que borren este mensaje sin compartirlo con otros.
Ruego por los que no creen.

Pero te agradezco porque yo creo. 
 
Creo que tu cambias a la gente y cambias las cosas. 

Ruego por todos mis hermanos y hermanas. 
Por cada miembro de la familia y sus hogares.
Ruego por la paz, el amor y la alegría en sus hogares, que estén fuera de deuda y todas sus necesidades estén resueltas.

Ruego que cada ojo que lea esto sepa que no hay problema, batalla, circunstancia, o situación mayor que tu Señor.
Ruego para que estas palabras sean recibidas en los corazones, que cada ojo que las vea y cada boca que las pronuncie, las confiese dispuesto.

Esta es mi oración. En el nombre de
Jesús, Amén.

martes, 28 de agosto de 2007

El niño interior / Autor: Paulo Coelho



A veces nos invade una sensación de
tristeza que no logramos controlar.

Percibimos que el instante mágico
de aquel día pasó y que nada hicimos.
Entonces la vida esconde su magia y su arte.

Tenemos que escuchar al niño
que fuimos un día y que
todavía existe dentro de nosotros.
Ese niño entiende de momentos mágicos.
Podemos reprimir su llanto,
pero no podemos acallar su voz.

Ese niño que fuimos un día
continúa presente.
Bienaventurados los pequeños,
porque de ellos
es el Reino de los Cielos.

Si no nacemos de nuevo, si no volvemos a
mirar la vida con la inocencia
y el entusiasmo de la infancia,
no tiene sentido seguir viviendo.

Existen muchas maneras de suicidarse.
Los que tratan de matar el
cuerpo ofenden la ley de Dios.
Los que tratan de matar el alma
también ofenden la
ley de Dios, aunque su crimen
sea menos visible a los
ojos del hombre.

Prestemos atención a lo que nos dice el niño que
tenemos guardado en el pecho.
No nos avergoncemos por causa de él.
No dejemos que sufra miedo,
porque está solo y
casi nunca se le escucha.

Permitamos que tome un poco las
riendas de nuestra existencia.
Ese niño sabe que un día es diferente a otro.

Hagamos que se vuelva a sentir amado.
Hagamos que se sienta bien, aunque eso
signifique obrar de una manera a la que
no estamos acostumbrados,
aunque parezca estupidez a los
ojos de los demás.

Recuerden que la sabiduría de
los hombres es locura ante Dios.
Si escuchamos al niño que tenemos
en el alma, nuestros ojos
volverán a brillar.

Si no perdemos el contacto con ese niño,
no perderemos el contacto
con la vida...

Oración: "Ven Espíritu Santo" / Enviada por Vivy





"Ven Espíritu Santo, inspírame, porque quiero alabarte.
Abre mi corazón y elévalo en tu presencia, para que te adore con
sinceridad y gozo.
Tú eres Dios, infinito, sin límites, sin confines.
Te adoro.
Tú eres simple, único, sin mezcla de oscuridad, ni manchas, ni mentiras.
Te Adoro.
Tú estás en todas partes, penetrándolo todo, llenándolo todo con tu presencia.
Te adoro.
Tú eres belleza pura, y bañas con tu luz todo lo que tocas.
Te adoro.
Tú eres amor, amor sin egoísmo alguno, amor desinteresado, amor libre.
Te adoro.
Ven Espíritu Santo, para que pueda adorarte cada día, para que no me mire
permanentemente a mí mismo y sea capaz de reconocer tu claridad hermosísima,
tu perfección incomparable, tu esplendor, tu gracia, tu maravilla, tu encanto eterno.
Ven Espíritu Santo. Amén."

“Beato Ghebra Miguel”, el santo confesor de la fe / Autor: Hº. Jaume Ruiz Castro CM

De origen etíope, nace en una aldea de Goyam. Dedica varios años de la juventud a la investigación de la verdad; es un apasionado del estudio y de la contemplación, medios que él elige para llegar al conocimiento del verdadero Dios. La Providencia puso a su lado el ejemplo, la ayuda y la abnegación de Justino de Jacobis, a quien profesará profunda veneración.

Siendo neófito, se dirige a Roma, en 1841, con una comisión para el Romano Pontífice. En 1844, profesa públicamente la fe, cargado de cadenas y en la cárcel. Los años que siguen los dedica a la oración, a la instrucción de los católicos y a doctas controversias, produciendo estupendos resultados.

El 1 de enero de 1851 recibe la ordenación sacerdotal de manos del obispo Justino de Jacobis, sacerdote de la Misión, quien afirma de Ghebra: "¿Quién más digno de él de las Ordenes Sagradas? Me juzgo, pues, dichoso de haber promovido como el primero su elevación a la dignidad sacerdotal".

Murió mientras iba caminando cargado de cadenas el 13 de julio de 1855. Su beatificación tuvo lugar el 3 de octubre de 1926. Su fiesta se celebra el 30 de agosto. Se le llama el santo confesor de la fe.

Caridad / Autora: Rosa Fuente


Caridad no es tan solo la moneda
que cae en mano que pide suplicante,
caridad es tal vez una palabra
o un silencio elocuente.

Es un gesto, un beso, una mirada
una flor desprendida de mano perfumada
que estrecha dulcemente la diestra
del doliente, que su tristeza arrastra.

Caridad es bálsamo que llega
cicatrizando heridas
de un alma lacerada
de un alma que azota la desgacia.

Caridad es también la frase amable
que estimula y alienta al descreído,
la mano que se estrecha al desdichado
la mano que se tiende al ser caído.

lunes, 27 de agosto de 2007

Oración a la Madre de Dios por las mujeres / Autora: Siilvana Duboc


















MADRE,
aquí, ahora y a solas
quiero pedirte por todas nosotras.
Por aquellas que fueron escogidas
para dar la vida.
Mujeres de todas las clases sociales,
de todos los credos, razas y nacionalidades.

Todas aquellas en las cuáles la vida
está envuelta en sonrisas, lágrimas,
tristezas y felicidades.
Aquellas que sufren por hijos
que gestarón y perdieron.
Las que trabajan el día entero
en casa o en cualquier empleo.

Quiero pedir por las madres
que sufren por sus hijos enfermos.
Quiero pedir por las niñas carentes
y por las qué aún están dentro de un vientre.

Por las adolescentes inexpertas.
Por las viejitas olvidadas en asilos,
sin refugio, sin familia, cariño y amigos.
Pido también por las mujeres enfermas
que en algún hospital
aguardan su hora fatal.

Quiero pedir por las mujeres ricas,
aquellas que a pesar de la fortuna,
viven afligidas y en la amargura.
Pido por almas femeninas mezquinas,
pequeñas y solas.
Por mujeres guerreras de la vida entera.
Por las qué no tienen como dar a sus hijos
el pan y la educación.

Pido por las mujeres deficientes,
por las inconsecuentes.
Ruego por las condenadas,
aquellas que viven recluidas.
Por todas las que fueron obligadas
a crecer antes de tiempo,
que fueron juzgadas,
o en alguna cama devastadas.

Ruego por las qué mendigando en las calles
sobreviven a pesar de esa tortura.
Por las excluidas
y las sexualmente reprimidas.

Pido por la mujer dominadora y por la traidora.
Pido por aquella que sucumbió sueños dentro de si.
Por todas las que yo ya conocí.
Pido por mujeres solitarias y por las ordinarias,
las mujeres de vida difícil
y que hacen de eso un oficio.
Y por las qué se tornaron voluntarias
para ser solidarias;

Ruego por aquellas que viven acompañadas
aunque tristes y amargadas.
Y por todas las que fueron abandonadas,
las que tuvieron que continuar solas,
sin un amigo, un hombro querido.

Pido por las amigas,
por las compañeras,
por las enemigas
por las hermanas y por las parientas.
Suplico por aquellas que perdieron la fe,
que se distanciaron de la esperanza.
Quiero pedir por todas las que claman por venganza
y con eso se pierden en su inútil andanza;

Ruego por las que corren atrás de justicia,
que la buena gana de los hombres las asista.
Pido por las que luchan por causas perdidas,
por las escritoras y las doctoras,
por las artistas y profesoras.
Por las gobernantes y por las menos importantes.
Suplico por las que son obligadas a esconder sus rostros
y amputadas del placer viven en el disgusto.

Quiero pedir también por las ignorantes
y por todas que ahora están gestantes.
Por aquella mujer triste dentro del corazón,
que vive con el alma buceada en la soledad.
Por aquella que busca un amor verdadero,
para entregarse de cuerpo entero.
Y pido por la que perdió la emoción,
aquella que no tiene más paz dentro del corazón.
Y ruego, imploro, por aquella que ama
y que no correspondida, vive una vida sufrida.
Aquella que perdió su amor
y por eso, su alma se cerró.
Por todas que la droga destruyó.
Por tantas que el vicio denigró.
Suplico por aquella que fue traicionada,
por varias que son humilladas
Y por las qué fueron contaminadas.

Madre,
Quiero pedir por todas nosotras,
que somos la sonrisa y la voz,
que tenemos el sentimiento más profundo,
porque fuimos escogidas,
para engendrar y, a pesar de cualquier cosa,
Amar...
Independiente de quién sean nuestros hijos,
feos o bonitos,
amables o rebeldes,
perfectos o deficientes,
tristes o contentos.

Madre,
ayúdanos a continuar en esa batalla,
en esa guerra diaria,
en esa lucha sin fin.
Ayúdanos a ser felices como la gente siempre quiere.
Danos coraje para continuar.
Danos salud para al menos intentar,
Resignación para todo aceptar.
Danos fuerza para soportar nuestras amarguras
y a pesar de todo
continuemos siendo sinónimo de ternura;

Perdónanos por nuestros errores
y por nuestros insistentes llamamientos.
Perdónanos también por nuestras revueltas,
nuestras lágrimas y nuestras derrotas.
Y no nos dejes nunca MADRE que perdamos la fe.
Y siempre que puedas
pide por nosotros al Padre
y acuérdale que cuando él creó a EVA,
no dejó con ella ningún mapa de orientación,
ningún manual con indicación.
Ninguna seta indicando el camino correcto.
Ninguna instrucción de cómo vivir,
de como todo vencer
y aún así.....conseguimos aprender.
Amén!

Las llaves perdidas / Autor: P. Vicente Yanes




“Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”. Verdad manifiesta cuando se extravían las llaves. No nos interesamos por esos pedazos de metal dorado o plateado, sino hasta que nos damos cuenta de que los hemos perdido. Cuando las tenemos abrimos mecánicamente puertas, coches, vitrinas, armarios, cajones, cajas fuertes y demás cosas que estimamos.

Nos duele perder las llaves porque sin ellas se obstaculiza nuestro acceso a algo que es “de nuestra propiedad”. La llave ha llegado a ser un signo de aquello que encierra. “La llave de mi casa, de mi coche, de mi oficina”.

En la antigüedad confiar las llaves era el símbolo de delegar una autoridad, un signo de compromiso, una muestra de confianza, un gesto de responsabilidad. El siervo que recibía las llaves del amo era el de máxima confianza, el de mayor virtud y fidelidad.

Luego surgió el término de “amo de llaves” (si bien su forma más empleada es la femenina), para designar al hombre que disponía de los bienes de la casa según su prudente juicio, algo así como nuestro actual “administrador”. Para conocer el rango o importancia de uno de estos sujetos bastaba echar una mirada a la cantidad de llaves que cargaban y la clase de puertas que abrían. Muchas llaves o llaves grandes: gran responsabilidad.

Qué duda cabe que en la amistad sucede algo parecido. Sin recurrir a formas poéticas muy elaboradas, podemos afirmar con sencillez que en un amigo (esa otra mitad de nuestra alma) hemos depositado la llave de nuestro corazón. Nadie nos conoce mejor que un amigo, en nadie se confía más que en un amigo. Nadie está más pronto a escucharnos y darnos consejo. “La pena que se comparte con un amigo es un descanso”, decían los persas.

Pero nosotros no sólo tenemos amigos: también somos amigos de otras personas, ¿qué uso le damos a esta llave? Alguien confía en nosotros, como nosotros confiamos en otras personas. Puede angustiarnos mucho haber extraviado una llave importante. Es una pena mayor llenar de herrumbre el corazón oxidando una amistad.

Las lágrimas un don de Dios / Autores: Conchi y Arturo


Hay frases y refranes socializados que son sabios. Otros, por el contrario, parecen ocurrentes pero sus frutos son totalmente contrarios a los dones naturales que Dios ha incorporado a nuestra modalidad. Para muestra un estribillo de una canción que muchas personas han aplicado en su vida: "Dicen que los hombres no deben llorar".

Estas palabras hay muchas personas, hombres y mujeres, que se las aplican. Les da vergüenza que las vean llorar. Eso suele ocultar el miedo a ser vulnerable ante los demás, a mostrar nuestras debilidades. Queremos aparentar que somos fuertes, capaces de afrontar los problemas de la vida. Jesús, el hijo de Dios, lloró en público cuando su amigo Lázaro murió. Él sabía que lo iba a resucitar pero se conmovió profundamente por el dolor de cuantos amaban a su amigo.

Dios Padre también llora, no con lágrimas humanas sino espirituales y profundas desde su corazón misericordioso cada vez que desea hacernos crecer en su Amor y nosotros nos resistimos. A veces, dudamos, en otros momentos creemos que Dios no puede pedirnos que renunciemos a según que cosas de nuestra vida. Cuando sucede eso, nos paralizamos como personas y como discípulos. Dios quiere enseñarnos cada día amar y sus lágrimas por nosotros cuando no escuchamos y le seguimos acrecientan su misericordia por nosotros.

Santa Mónica lloró por su hijo Agustín miles de lágrimas para que el Señor lo convirtiera. Mónica oraba con lágrimas. Su oración eran las lágrimas. Nos impresiona mucho cuando estamos en la iglesia adorando al Señor ver personas de todas las edades que en su desesperación se arrodillan ante el santísimo o el Crucifijo y romper a llorar desesperadamente. Su llanto desgarrado es su única oración, que a veces se prolonga por largos minutos. Dios conoce sus problemas y ellos van a los pies de Jesús débiles y vulnerables, para ser fortalecidos por Él, guiados y levantados en sus situaciones dificiles.

Conocemos una persona desde hace 45 años, que tiene fe y frecuenta la iglesia con toda su familia. Cuando murió su padre, las hermanas y los familiares, al recibir la noticia, iban al hospital donde falleció y lloraban. Sus mismas hermanas y su esposa nos contaron como las reprendía por llorar argumentando que ya sabían que iba a morir. Conocemos bien a este hombre y nunca en 45 año lo hemos visto llorar. Sabemos que ni lo hace cuando está sólo. Reprime sus lágrimas y se hace el fuerte pero su rostro refleja a simple vista amargura, tristeza y desolación. Realmente incluso a tenido problemas de salud. Esa no es la voluntad de Dios.

Las lágrimas son un don de oración ante la debilidad y de alabanza en la alegría. Muchos en la iglesia preguntan a veces como se ora con el don de lenguas. Las Lágrimas son una forma de don de lenguas donde el Espíritu Santo, con gemidos inefables, ora en nosotros pidiendo o intercediendo y dando gracias. En el nombre de Jesús, Padre Santo por don de`l Espíritu Santo concedenos que las lágrimas salgan de nuestro corazón como una oración agradable a Ti.

domingo, 26 de agosto de 2007

Que nuestro deseo de la vida eterna se ejercite en la oración / Autor : San Agustín


De la carta de san Agustín, obispo, a Proba
Carta 130,8,15.17- 9,18


¿Por qué en la oración nos preocupamos de tantas cosas y nos preguntamos cómo hemos de orar, temiendo que nuestras plegarias no procedan con rectitud, en lugar de limitarnos a decir con el salmo: Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo? En aquella morada, los días no consisten en el empezar y en el pasar uno después de otro ni el comienzo de un día significa el fin del anterior; todos los días se dan simultáneamente, y ninguno se termina allí donde ni la vida ni sus días tienen fin.

Para que lográramos esta vida dichosa, la misma Vida verdadera y dichosa nos enseñó a orar; pero no quiso que lo hiciéramos con muchas palabras, como si nos escuchara mejor cuanto más locuaces nos mostráramos, pues, como el mismo Señor dijo, oramos a aquel que conoce nuestras necesidades aun antes de que se las expongamos.

Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes, y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso, se nos dice: Ensanchaos; no os unzáis al mismo yugo con los infieles.

Cuanto más fielmente creemos, más firmemente esperamos y más ardientemente deseamos este don, más capaces somos de recibirlo; se trata de un don realmente inmenso, tanto, que ni el ojo vio, pues no se trata de un color; ni el oído oyó, pues no es ningún sonido; ni vino al pensamiento del hombre, ya que es el pensamiento del hombre el que debe ir a aquel don para alcanzarlo.

Así, pues, constantemente oramos por medio de la fe, de la esperanza y de la caridad, con un deseo ininterrumpido. Pero, además, en determinados días y horas, oramos a Dios también con palabras, para que, amonestándonos a nosotros mismos por medio de estos signos externos, vayamos tomando conciencia de cómo progresamos en nuestro deseo y, de este modo, nos animemos a proseguir en él. Porque, sin duda alguna, el efecto será tanto mayor, cuanto más intenso haya sido el afecto que lo hubiera precedido. Por tanto, aquello que nos dice el Apóstol: Sed constantes en orar, ¿qué otra cosa puede significar sino que debemos desear incesantemente la vida dichosa, que es la vida eterna, la cual nos ha de venir del único que la puede dar?

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No sabemos pedir lo que nos conviene

De la carta de san Agustín, obispo, a Proba
Carta 130,14,25-26


Quizá me preguntes aún por qué razón dijo el Apóstol que no sabemos pedir lo que nos conviene, siendo así que podemos pensar que tanto el mismo Pablo como aquellos a quienes él se dirigía conocían la oración dominical.

Porque el Apóstol experimentó seguramente su incapacidad de orar como conviene, por eso quiso manifestarnos su ignorancia; en efecto, cuando, en medio de la sublimidad de sus revelaciones, le fue dado el aguijón de su carne, el ángel de Satanás que lo apaleaba, desconociendo la manera conveniente de orar, Pablo pidió tres veces al Señor que lo librara de esta aflicción. Y oyó la respuesta de Dios y el porqué no se realizaba ni era conveniente que se realizase lo que pedía un hombre tan santo: Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad.

Ciertamente, en aquellas tribulaciones que pueden ocasionarnos provecho o daño no sabemos cómo debemos orar; pues como dichas tribulaciones nos resultan duras y molestas y van contra nuestra débil naturaleza, todos coincidimos naturalmente en pedir que se alejen de nosotros. Pero, por el amor que nuestro Dios y Señor nos tiene, no debemos pensar que si no aparta de nosotros aquellos contratiempos es porque nos olvida; sino más bien, por la paciente tolerancia de estos males, esperemos obtener bienes mayores, y así la fuerza se realiza en la debilidad. Esto, en efecto, fue escrito para que nadie se enorgullezca si, cuando pide con impaciencia, es escuchado en aquello que no le conviene, y para que nadie decaiga ni desespere de la misericordia divina si su oración no es escuchada en aquello que pidió y que, posiblemente, o bien le sería causa de un mal mayor o bien ocasión de que, engreído por la prosperidad, corriera el riesgo de perderse. En tales casos, ciertamente, no sabemos pedir lo que nos conviene.

Por tanto, si algo acontece en contra de lo que hemos pedido, tolerémoslo con paciencia y demos gracias a Dios por todo, sin dudar en lo más mínimo de que lo más conveniente para nosotros es lo que acaece según la voluntad de Dios y no según la nuestra. De ello nos dio ejemplo aquel divino Mediador, el cual dijo en su pasión: Padre, si es posible, que pase y se aleje de mi ese cáliz, pero, con perfecta abnegación de la voluntad humana que recibió al hacerse hombre, añadió inmediatamente: Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres. Por lo cual, entendemos perfectamente que por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.

Oración

Dios todopoderoso y eterno, te pedimos entregarnos a ti con fidelidad y servirte con sincero corazón. Por nuestro Señor Jesucristo.

San Agustín, patrón de los que buscan a Dios


Uno de los cuatro doctores originales de la Iglesia Latina.
Llamado "Doctor de la Gracia". Fiesta: 28 de agosto




"Nos has hecho para ti, Señor,
y nuestro corazón estará insatisfecho hasta que descanse en ti"

"Señor, que todo mi corazón se inflame con amor por ti;
Haz que nada en mi me pertenezca y que no piense en mi;
Que yo queme y sea totalmente consumido en Ti;
Que te ame con todo mi ser, como incendiado por ti"

-San Agustín, Comentario al salmo 138





Reseña sobre San Agustín

Nació en Tagaste (África) el año 354; después de una juventud desviada doctrinal y moralmente, se convirtió, estando en Milán, y el año 387 fue bautizado por el obispo San Ambrosio. Vuelto a su patria, llevó una vida dedicada al ascetismo, y fue elegido obispo de Hipona. Durante treinta y cuatro años, en que ejerció este ministerio, fue un modelo para su grey, a la que dio una sólida formación por medio de sus sermones y de sus numerosos escritos, con los que contribuyó en gran manera a una mayor profundización de la fe cristiana contra los errores doctrinales de su tiempo. Está entre los Padres mas influyentes del Occidente y sus escritos son de gran actualidad. Murió el año 430. Sus restos mortales se veneran en la Basílica de San Pedro (Pavia, Italia).


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Biografía

Su niñez

San Agustín nació el 13 de noviembre del año 354 en Tagaste. Esa pequeña población del norte de África estaba bastante cerca de Numidia, pero relativamente alejada del mar, de suerte que Agustín no lo conoció sino hasta mucho después. Sus padres eran de cierta posición, pero no ricos. El padre de Agustín, Patricio, era un pagano de temperamento violento; pero, gracias al ejemplo y a la prudente conducta de su esposa, Mónica, se bautizó poco antes de morir. Agustín tenía varios hermanos; él mismo habla de Navigio, quien dejó varios hijos al morir y de una hermana que consagró su virginidad al Señor. Aunque Agustín ingresó en el catecumenado desde la infancia, no recibió por entonces el bautismo, de acuerdo con la costumbre de la época. En su juventud se dejó arrastrar por los malos ejemplos y, hasta los treinta y dos años, llevó una vida licenciosa, aferrado a la herejía maniquea. De ello habla largamente en sus "Confesiones", que comprenden la descripción de su conversión y la muerte de su madre Mónica. Dicha obra, que hace las delicias de "las gentes ansiosas de conocer las vidas ajenas, pero poco solícitas de enmendar la propia", no fue escrita para satisfacer esa curiosidad malsana, sino para mostrar la misericordia de que Dios había usado con un pecador y para que los contemporáneos del autor no le estimasen en más de lo que valía. Mónica había enseñado a orar a su hijo desde niño y le había instruido en la fe, de modo que el mismo Agustín que cayó gravemente enfermo, pidió que le fuese conferido el bautismo y Mónica hizo todos los preparativos para que lo recibiera; pero la salud del joven mejoró y el bautismo fue diferido. El santo condenó más tarde, con mucha razón, la costumbre de diferir el bautismo por miedo de pecar después de haberlo recibido. Pero no es menos lamentable la naturalidad con que, en nuestros días, vemos los pecados cometidos después del bautismo que son una verdadera profanación de ese sacramento.

"Mis padres me pusieron en la escuela para que aprendiese cosas que en la infancia me parecían totalmente inútiles y, si me mostraba yo negligente en los estudios, me azotaban. Tal era el método ordinario de mis padres y, los que antes que nosotros habían andado ese camino nos habían legado esa pesada herencia". Agustín daba gracias a Dios porque, si bien las personas que le obligaban a aprender, sólo pensaban en las "riquezas que pasan" y en la gloria perecedera", la Divina Providencia se valió de su error para hacerle aprender cosas que le serían muy útiles y provechosas en la vida. El santo se reprochaba por haber estudiado frecuentemente sólo por temor al castigo y por no haber escrito, leído y aprendido las lecciones como debía hacerlo, desobedeciendo así a sus padres y maestros. Algunas veces pedía a Dios con gran fervor que le librase del castigo en la escuela; sus padres y maestros se reían de su miedo. Agustín comenta: "Nos castigaban porque jugábamos; sin embargo, ellos hacían exactamente lo mismo que nosotros, aunque sus juegos recibían el nombre de 'negocios' . . . Reflexionando bien, es imposible justificar los castigos que me imponían por jugar, alegando que el juego me impedía aprender rápidamente las artes que, más tarde, sólo me servirían para jugar juegos peores". El santo añade: "Nadie hace bien lo que hace contra su voluntad" y observa que el mismo maestro que le castigaba por una falta sin importancia, "se mostraba en las disputas con los otros profesores menos dueño de si y más envidioso que un niño al que otro vence en el juego". Agustín estudiaba con gusto el latín, que había aprendido en conversaciones con las sirvientas de su casa y con otras personas; no el latín "que enseñan los profesores de las clases inferiores, sino el que enseñan los gramáticos". Desde niño detestaba el griego y nunca llegó a gustar a Homero, porque jamás logró entenderlo bien. En cambio, muy pronto tomó gusto por los poetas latinos.

Años juveniles

Agustín fue a Cartago a fines del año 370, cuando acababa de cumplir diecisiete años. Pronto se distinguió en la escuela de retórica y se entregó ardientemente al estudio, aunque lo hacía sobre todo por vanidad y ambición. Poco a poco se dejó arrastrar a una vida licenciosa, pero aun entonces conservaba cierta decencia de alma, como lo reconocían sus propios compañeros. No tardó en entablar relaciones amorosas con una mujer y, aunque eran relaciones ilegales, supo permanecerle fiel hasta que la mandó a Milán, en 385. Con ella tuvo un hijo, llamado Adeodato, el año 372. El padre de Agustín murió en 371. Agustín prosiguió sus estudios en Cartago. La lectura del "Hortensius" de Cicerón le desvió de la retórica a la filosofía. También leyó las obras de los escritores cristianos, pero la sencillez de su estilo le impidió comprender su humildad y penetrar su espíritu. Por entonces cayó Agustín en el maniqueísmo. Aquello fue, por decirlo así, una enfermedad de un alma noble, angustiada por el "problema del mal", que trataba de resolver por un dualismo metafísico y religioso, afirmando que Dios era el principio de todo bien y la materia el principio de todo mal. La mala vida lleva siempre consigo cierta oscuridad del entendimiento y cierta torpeza de la voluntad; esos males, unidos al del orgullo, hicieron que Agustín profesara el maniqueísmo hasta los veintiocho años. El santo confiesa: "Buscaba yo por el orgullo lo que sólo podía encontrar por la humildad. Henchido de vanidad, abandoné el nido, creyéndome capaz de volar y sólo conseguí caer por tierra".

San Agustín dirigió durante nueve años su propia escuela de gramática y retórica en Tagaste y Cartago. Entre tanto, Mónica, confiada en las palabras de un santo obispo que, le había anunciado que "el hijo de tantas lágrimas no podía perderse", no cesaba de tratar de convertirle por la oración y la persuasión. Después de una discusión con Fausto, el jefe de los maniqueos, Agustín empezó a desilusionarse de la secta. El año 383, partió furtivamente a Roma, a impulsos del temor de que su madre tratase de retenerle en África. En la Ciudad Eterna abrió una escuela, pero, descontento por la perversa costumbre de los estudiantes, que cambiaban frecuente de maestro para no pagar sus servicios, decidió emigrar a Milán, donde obtuvo el puesto de profesor de retórica.

Ahí fue muy bien acogido y el obispo de la ciudad, San Ambrosio, le dio ciertas muestras de respeto. Por su parte, Agustín tenía curiosidad por conocer a fondo al obispo, no tanto porque predicase la verdad, cuanto porque era un hombre famoso por su erudición. Así pues, asistía frecuentemente a los sermones de San Ambrosio, para satisfacer su curiosidad y deleitarse con su elocuencia. Los sermones del santo obispo eran más inteligentes que los discursos del hereje Fausto y empezaron a producir impresión en la mente y el corazón de Agustín, quien al mismo tiempo, leía las obras de Platón y Plotino. "Platón me llevó al conocimiento del verdadero Dios y Jesucristo me mostró el camino". Santa Mónica, que le había seguido a Milán, quería que Agustín se casara; por otra parte, la madre de Adeodato retornó al África y dejó al niño con su padre. Pero nada de aquello consiguió mover a Agustín a casarse o a observar la continencia y la lucha moral, espiritual e intelectual continuó sin cambios.

Excelencia de la castidad

Agustín comprendía la excelencia de la castidad predicada por la Iglesia católica , pero la dificultad de practicarla le hacía vacilar en abrazar definitivamente el cristianismo. Por otra parte, los sermones de San Ambrosio y la lectura de la Biblia le habían convencido de que la verdad estaba en la Iglesia, pero se resistía todavía a cooperar con la gracia de Dios. El santo lo expresa así: "Deseaba y ansiaba la liberación; sin embargo, seguía atado al suelo, no por cadenas exteriores, sino por los hierros de mi propia voluntad. El Enemigo se había posesionado de mi voluntad y la había convertido en una cadena que me impedía todo movimiento, porque de la perversión de la voluntad había nacido la lujuria y de la lujuria la costumbre y, la costumbre a la que yo no había resistido, había creado en mí una especie de necesidad cuyos eslabones, unidos unos a otros, me mantenían en cruel esclavitud. Y ya no tenía la excusa de dilatar mi entrega a Tí alegando que aún no había descubierto plenamente tu verdad, porque ahora ya la conocía y, sin embargo, seguía encadenado ... Nada podía responderte cuando me decías: 'Levántate del sueño y resucita de los muertos y Cristo te iluminará . . . Nada podía responderte, repito, a pesar de que estaba ya convencido de la verdad de la fe, sino palabras vanas y perezosas. Así pues, te decía: 'Lo haré pronto, poco a poco; dame más tiempo´. Pero ese 'pronto' no llegaba nunca, las dilaciones se prolongaban, y el 'poco tiempo' se convertía en mucho tiempo".

El ejemplo de los Santos

El relato que San Simpliciano le había hecho de la conversión de Victorino, el profesor romano neoplatónico, le impresionó profundamente. Poco después, Agustín y su amigo Alipio recibieron la visita de Ponticiano, un africano. Viendo las epístolas de San Pablo sobre la mesa de Agustín, Ponticiano les habló de la vida de San Antonio y quedó muy sorprendido al enterarse de que no conocían al santo. Después les refirió la historia de dos hombres que se habían convertido por la lectura de la vida de San Antonio. Las palabras de Ponticiano conmovieron mucho a Agustín, quien vio con perfecta claridad las deformidades y manchas de su alma. En sus precedentes intentos de conversión Agustín había pedido a Dios la gracia de la continencia, pero con cierto temor de que se la concediese demasiado pronto: "En la aurora de mi juventud, te había yo pedido la castidad, pero sólo a medias, porque soy un miserable. Te decía yo, pues: 'Concédeme la gracia de la castidad, pero todavía no'; porque tenía yo miedo de que me escuchases demasiado pronto y me librases de esa enfermedad y lo que yo quería era que mi lujuria se viese satisfecha y no extinguida". Avergonzado de haber sido tan débil hasta entonces, Agustín dijo a Alipio en cuanto partió Ponticiano: "¿Qué estamos haciendo? Los ignorantes arrebatan el Reino de los Cielos y nosotros, con toda nuestra ciencia, nos quedamos atrás cobardemente, revolcándonos en el pecado. Tenemos vergüenza de seguir el camino por el que los ignorantes nos han precedido, cuando por el contrario, deberíamos avergonzarnos de no avanzar por él".

Gracia divina que todo lo puede

Agustín se levantó y salió al jardín. Alipio le siguió, sorprendido de sus palabras y de su conducta. Ambos se sentaron en el rincón más alejado de la casa. Agustín era presa de un violento conflicto interior, desgarrado entre el llamado del Espíritu Santo a la castidad y el deleitable recuerdo de sus excesos. Y Levantándose del sitio en que se hallaba sentado, fue a tenderse bajo un árbol, clamando: "¿Hasta cuándo, Señor? ¿Vas a estar siempre airado? ¡Olvida mis antiguos pecados!" Y se repetía con gran aflicción: "¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo? ¿Hasta mañana? ¿Por qué no hoy? ¿Por qué no voy a poner fin a mis iniquidades en este momento?" En tanto que se repetía esto y lloraba amargamente, oyó la voz de un niño que cantaba en la casa vecina una canción que decía: "Tolle lege, tolle lege" (Toma y lee, toma y lee). Agustín empezó a preguntarse si los niños acostumbraban repetir esas palabras en algún juego, pero no pudo recordar ninguno en el que esto sucediese. Entonces le vino a la memoria que San Antonio se había convertido al oír la lectura de un pasaje del Evangelio. Interpretó pues, las palabras del niño como una señal del cielo, dejó de llorar y se dirigió al sitio en que se hallaba Alipio con el libro de las Epístolas de San Pablo. Inmediatamente lo abrió y leyó en silencio las primeras palabras que cayeron bajo sus ojos: "No en las riñas y en la embriaguez, no en la lujuria y la impureza, no en la ambición y en la envidia: poneos en manos del Señor Jesucristo y abandonad la carne y la concupiscencia". Ese texto hizo desaparecer las últimas dudas de Agustín, que cerró el libro y relató serenamente a Alipio todo lo sucedido. Alipio leyó entonces el siguiente versículo de San Pablo: "Tomad con vosotros a los que son débiles en la fe". Aplicándose el texto a sí mismo, siguió a Agustín en la conversión. Ambos se dirigieron al punto a narrar lo sucedido a Santa Mónica, la cual alabó a Dios "que es capaz de colmar nuestros deseos en una forma que supera todo lo imaginable". La escena que acabamos de referir tuvo lugar en septiembre de 386, cuando Agustín tenía treinta y dos años.

En las manos del Señor

El sa11nto renunció inmediatamente al profesorado y se trasladó a una casa de campo en Casiciaco, cerca de Milán, que le había prestado su amigo Verecundo. Santa Mónica, su hermano Navigio, su hijo Adeodato, San Alipio y algunos otros amigos, le siguieron a ese retiro, donde vivieron en una especie de comunidad. Agustín se consagró a la oración y el estudio y, aun éste era una forma de oración por la devoción que ponía en él. Entregado a la penitencia, a la vigilancia diligente de su corazón y sus sentidos, dedicado a orar con gran humildad, el santo se preparó a recibir la gracia del bautismo, que había de convertirle en una nueva criatura, resucitada con Cristo. "Demasiado tarde, demasiado tarde empecé a amarte. ¡Hermosura siempre antigua y siempre nueva, demasiado tarde empecé a amarte! Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo. Yo estaba lejos, corriendo detrás de la hermosura por Tí creada; las cosas que habían recibido de Tí el ser, me mantenían lejos de Tí. Pero tú me llamaste. me llamaste a gritos, y acabaste por vencer mi sordera. Tú me iluminaste y tu luz acabó por penetrar en mis tinieblas. Ahora que he gustado de tu suavidad estoy hambriento de Tí. Me has tocado y mi corazón desea ardientemente tus abrazos". Los tres diálogos "Contra los Académicos", "Sobre la vida feliz" y "Sobre el orden", se basan en las conversaciones que Agustín tuvo con sus amigos en esos siete meses.

Nueva Vida en Cristo

La víspera de la Pascua del año 387, San Agustín recibió el bautismo, junto con Alipio y su querido hijo Adeodato, quien tenía entonces quince años y murió poco después. En el otoño de ese año, Agustín resolvió retornar a África y fue a embarcarse en Ostia con su madre y algunos amigos. Santa Mónica murió ahí en noviembre de 387. Agustín consagra seis conmovedores capítulos de las "Confesiones" a la vida de su madre. Viajó a Roma unos cuantos meses después y, en septiembre de 388, se embarcó para África. En Tagaste vivió casi tres años con sus amigos, olvidado del mundo y al servicio de Dios con el ayuno, la oración y las buenas obras. Además de meditar sobre la ley de Dios, Agustín instruía a sus prójimos con sus discursos y escritos. El santo y sus amigos habían puesto todas sus propiedades en común y cada uno las utilizaba según sus necesidades. Aunque Agustín no pensaba en el sacerdocio, fue ordenado el año 391 por el obispo de Hipona, Valerio, quien le tomó por asistente. Así pues, el santo se trasladó a dicha ciudad y estableció una especie de monasterio en una casa próxima a la iglesia, como lo había hecho en Tagaste. San Alipio, San Evodio, San Posidio y otros, formaban parte de la comunidad y vivían "según la regla de los santos Apóstoles". El obispo, que era griego y tenía además cierto impedimento de la lengua, nombró predicador a Agustín. En el oriente era muy común la costumbre de que los obispos tuviesen un predicador, a cuyos sermones asistían; pero en el occidente eso constituía una novedad. Más todavía, Agustín obtuvo permiso de predicar aun en ausencia del obispo, lo cual era inusitado. Desde entonces, el santo no dejó de predicar hasta el fin de su vida. Se conservan casi cuatrocientos sermones de San Agustín, la mayoría de los cuales no fueron escritos directamente por él, sino tomados por sus oyentes. En la primera época de su predicación, Agustín se dedicó a combatir el maniqueísmo y los comienzos del donatismo y consiguió extirpar la costumbre de efectuar festejos en las capillas de los mártires. El santo predicaba siempre en latín, a pesar de que los campesinos de ciertos distritos de la diócesis sólo hablaban el púnico y era difícil encontrar sacerdotes que les predicasen en su lengua.

Obispo de Hipona

El año 395, San Agustín fue consagrado obispo coadjutor de Valerio. Poco después murió este último y el santo le sucedió en la sede de Hipona. Procedió inmediatamente a establecer la vida común regular en su propia casa y exigió que todos los sacerdotes, diáconos y subdiáconos que vivían con él renunciasen a sus propiedades y se atuviesen a las reglas. Por otra parte, no admitía a las órdenes sino a aquellos que aceptaban esa forma de vida. San Posidio, su biógrafo, cuenta que los vestidos y los muebles eran modestos pero decentes y limpios. Los únicos objetos de plata que había en la casa eran las cucharas; los platos eran de barro o de madera. El santo era muy hospitalario, pero la comida que ofrecía era frugal; el uso mesurado del vino no estaba prohibido. Durante las comidas, se leía algún libro para evitar las conversaciones ligeras. Todos los clérigos comían en común y se vestían del fondo común. Como lo dijo el Papa Pascual XI, "San Agustín adoptó con fervor y contribuyó a regularizar la forma de vida común que la primitiva Iglesia había aprobado como instituida por los Apóstoles". El santo fundó también una comunidad femenina. A la muerte de su hermana, que fue la primera "abadesa", escribió una carta sobre los primeros principios ascéticos de la vida religiosa. En esa epístola y en dos sermones se halla comprendida la llamada "Regla de San Agustín", que constituye la base de las constituciones de tantos canónigos y canonesas regulares. El santo obispo empleaba las rentas de su diócesis, como lo había hecho antes con su patrimonio, en el socorro de los pobres. Posidio refiere que, en varias ocasiones, mandó fundir los vasos sagrados para rescatar cautivos, como antes lo había hecho San Ambrosio. San Agustín menciona en varias de sus cartas y sermones la costumbre que había impuesto a sus fieles de vestir una vez al año a los pobres de cada parroquia y, algunas veces, llegaba hasta a contraer deudas para ayudar a los necesitados. Su caridad y celo por el bien espiritual de sus prójimos era ilimitado. Así, decía a su pueblo, como un nuevo Moisés o un nuevo San Pablo: "No quiero salvarme sin vosotros". "¿Cuál es mi deseo? ¿Para qué soy obispo? ¿Para qué he venido al mundo? Sólo para vivir en Jesucristo, para vivir en El con vosotros. Esa es mi pasión, mi honor, mi gloria, mi gozo y mi riqueza".

Pocos hombres han poseído un corazón tan afectuoso y fraternal como el de San Agustín. Se mostraba amable con los infieles y frecuentemente los invitaba a comer con él; en cambio, se rehusaba a comer con los cristianos de conducta públicamente escandalosa y les imponía con severidad las penitencias canónicas y las censuras eclesiásticas. Aunque jamás olvidaba la caridad, la mansedumbre y las buenas maneras, se oponía a todas las injusticias sin excepción de personas. San Agustín se quejaba de que la costumbre había hecho tan comunes ciertos pecados que, en caso de oponerse abiertamente a ellos, haría más mal que bien y seguía fielmente las tres reglas de San Ambrosio: no meterse a hacer matrimonios, no incitar a nadie a entrar en la carrera militar y no aceptar invitaciones en su propia ciudad para no verse obligado a salir demasiado. Generalmente, la correspondencia de los grandes hombres es muy interesante por la luz que arroja sobre su vida y su pensamiento íntimos. Así sucede, particularmente con la correspondencia de San Agustín. En la carta quincuagésima cuarta, dirigida a Januario, alaba la comunión diría, con tal de que se la reciba dignamente, con la humildad con que Zaqueo recibió a Cristo en su casa; pero también alaba la costumbre de los que, siguiendo el ejemplo del humilde centurión, sólo comulgan los sábados, los domingos y los días de fiesta, para hacerlo con mayor devoción. En la carta a Ecdicia explica las obligaciones de la mujer respecto de su esposo, diciéndole que no se vista de negro, puesto que eso desagrada a su marido y que practique la humildad y la alegría cristianas vistiéndose ricamente por complacer a su esposo. También la exhorta a seguir el parecer de su marido en todas las cosas razonables, particularmente en la educación de su hijo, en la que debe dejarle la iniciativa. En otras cartas, el santo habla del respeto, el afecto y la consideración que el marido debe a la mujer. La modestia y humildad de San Agustín se muestran en su discusión con San Jerónimo sobre la interpretación de la epístola a los Gálatas. A consecuencia de la pérdida de una carta, San Jerónimo, que no era muy paciente, se dio por ofendido. San Agustín le escribió: "Os ruego que no dejéis de corregirme con toda confianza siempre que creáis que lo necesito; porque, aunque la dignidad del episcopado supera a la del sacerdocio, Agustín es inferior en muchos aspectos a Jerónimo". El santo obispo lamentaba la actitud de la controversia que sostuvieron San Jerónimo y Rufino, pues temía en esos casos que los adversarios sostuviesen su opinión más por vanidad que por amor de la verdad. Como él mismo escribía, "sostienen su opinión porque es la propia, no porque sea la verdadera; no buscan la verdad, sino el triunfo".

La Verdad ante el error

Durante los treinta y cinco años de su episcopado, San Agustín tuvo que defender la fe católica contra muchas herejías. Una de las principales fue la de los donatistas, quienes sostenían que la Iglesia católica había dejado de ser la Iglesia de Cristo por mantener la comunión con los pecadores y que los herejes no podían conferir válidamente ningún sacramento. Los donatistas eran muy numerosos en Africa, donde no retrocedieron ante el asesinato de los católicos y todas las otras formas de la violencia. Sin embargo, gracias a la ciencia y el infatigable celo de San Agustín y a su santidad de vida, los católicos ganaron terreno paulatinamente. Ello exasperó tanto a los donatistas, que algunos de ellos afirmaban públicamente que quien asesinara al santo prestaría un servicio insigne a la religión y alcanzaría gran mérito ante Dios. El año 405, San Agustín tuvo que recurrir a la autoridad pública para defender a los católicos contra los excesos de los donatistas y, en el mismo año, el emperador Honorio publicó severos decretos contra ellos. El santo desaprobó al principio esas medidas, aunque más tarde cambió de opinión, excepto en cuanto a la pena de muerte. En 411, se llevó a cabo en Cartago una conferencia entre los católicos y los donatistas que fue el principio de la decadencia del donatismo. Pero, por la misma época, empezó la gran controversia pelagiana.

Pelagio era originario de la Gran Bretaña. San Jerónimo le describía como un hombre alto y gordo, repleto de avena de Escocia. Algunos historiadores afirman que era irlandés. En todo caso, lo cierto es que había rechazado la doctrina del pecado original y afirmaba que la gracia no era necesaria para salvarse; como consecuencia de su opinión sobre el pecado original, sostenía que el bautismo era un mero título de admisión en el cielo. Pelagio pasó de Roma a Africa el año 411, junto con su amigo Celestio y aquel mismo año, el sínodo de Cartago condenó por primera vez su doctrina. San Agustín no asistió al concilio, pero desde ese momento empezó a hacer la guerra al pelagianismo en sus cartas y sermones. A fines del mismo año, el tribuno San Marcelino le convenció de que escribiese su primer tratado contra los pelagianos. Sin embargo, el santo no nombró en él a los autores de la herejía, con la esperanza de así ganárselos y aun tributó ciertas alabanzas a Pelagio: "Según he oído decir, es un hombre santo, muy ejercitado en la virtud cristiana, un hombre bueno y digno de alabanza". Desgraciadamente Pelagio se obstinó en sus errores. San Agustín le acosó implacablemente en toda la serie de disputas, subterfugios y condenaciones que siguieron. Después de Dios, la Iglesia debe a San Agustín el triunfo sobre el pelagianismo. A raíz del saqueo de Roma por Alarico, el año 410, los paganos renovaron sus ataques contra el cristianismo, atribuyéndole todas las calamidades del Imperio. Para responder a esos ataques, San Agustín empezó a escribir su gran obra, 'La Ciudad de Dios", en el año de 413 y la terminó hasta el año 426. 'La Ciudad de Dios" es, después de las "Confesiones", la obra más conocida del santo. No se trata simplemente de una respuesta a los paganos, sino de toda una filosofía de la historia providencial del mundo.

En las 'Confesiones" San Agustín había expuesto con la más sincera humildad y contrición los excesos de su conducta. A los setenta y dos años, en las "Retractaciones", expuso con la misma sinceridad los errores que había cometido en sus juicios. En dicha obra revisó todos sus numerosísimos escritos y corrigió leal y severamente los errores que había cometido, sin tratar de buscarles excusas. A fin de disponer de más tiempo para terminar ése y otros escritos y para evitar los peligros de la elección de su sucesor, después de su muerte, el santo propuso al clero y al pueblo que eligiesen a Heraclio, el más joven de sus diáconos, quien fue efectivamente elegido por aclamación, el año 426. A pesar de esa precaución, los últimos días de San Agustín fueron muy borrascosos. El conde Bonifacio, que había sido general imperial en África, cayo injustamente en desgracia de la regente Placidia, e incitó a Genserico, rey de los vándalos, a invadir África. Agustín escribió una carta maravillosa a Bonifacio para recordarle su deber y el conde trató de reconciliarse con Placidia. Pero era demasiado tarde para impedir la invasión de los vándalos. San Posidio, por entonces obispo de Calama, describe los horribles excesos que cometieron y la desolación que causaron a su paso. Las ciudades quedaban en ruinas, las casas de campo eran arrasadas y los habitantes que no lograban huir, morían asesinados. Las alabanzas a Dios no se oían ya en las iglesias, muchas de las cuales habían sido destruidas. La misa se celebraba en las casas particulares, cuando llegaba a celebrarse, porque en muchos sitios no había alma viviente a quien dar los sacramentos; por otra parte, los pocos cristianos que sobrevivían no encontraban un solo sacerdote a quien pedírselos. Los obispos y clérigos que sobrevivieron habían perdido todos sus bienes y se veían reducidos a pedir limosna. De las numerosas diócesis de África, las únicas que quedaban en pie eran Cartago, Hipona y Cirta, gracias a que dichas ciudades no habían sucumbido aún.

El conde Bonifacio huyó a Hipona. Ahí se refugiaron también San Posidio y varios obispos de los alrededores. Los vándalos sitiaron la ciudad en mayo de 430. El sitio se prolongó durante catorce meses. Tres meses después de establecido, San Agustín cayó presa de la fiebre y desde el primer momento, comprendió que se acercaba la hora de su muerte. Desde que había abandonado el mundo, la muerte había sido uno de los temas constantes de su meditación. En su última enfermedad, el santo habló de ella con gozo: "¡Dios es inmensamente misericordioso!" Con frecuencia recordaba la alegría con que San Ambrosio recibió la muerte y mencionaba las palabras que Cristo había dicho a un obispo que agonizaba, según cuenta San Cipriano: "Si tienes miedo de sufrir en la tierra y de ir al cielo, no puedo hacer nada por ti". El santo escribió entonces: "Quien ama a Cristo no puede tener miedo de encontrarse con El. Hermanos míos, si decimos que amamos a Cristo y tenemos miedo de encontrarnos con El, deberíamos cubrirnos de vergüenza". Durante su última enfermedad, pidió a sus discípulos que escribiesen los salmos penitenciales en las paredes de su habitación y los cantasen en su presencia y no se cansaba de leerlos con lágrimas de gozo. San Agustín conservó todas sus facultades hasta el último momento, en tanto que la vida se iba escapando lentamente de sus miembros. Por fin, el 28 de agosto de 430, exhaló apaciblemente el último suspiro, a los setenta y dos años de edad, de los cuales había pasado casi cuarenta consagrado al servicio de Dios. San Posidio comenta: "Los presentes ofrecimos a Dios el santo sacrificio por su alma y le dimos sepultura". Con palabras muy semejantes había comentado Agustín la muerte de su madre. Durante su enfermedad, el santo había curado a un enfermo, sólo con imponerle las manos. Posidio afirma: "Yo sé de cierto que, tanto como sacerdote que como obispo, Agustín había pedido a Dios que librase a ciertos posesos por quienes se le había encomendado que rogase y los malos espíritus los dejaron libres".

Las principales fuentes sobre la vida y carácter de San Agustín son sus propios escritos, especialmente las Confesiones, el De Civitate De¡, la correspondencia y los sermones